Meditación dos: Sobre la muerte
«Alguien
me habló todos los días de mi vida
Al oído, de
espacio, lentamente.
Me dijo: ¡vive!,
¡vive!, ¡vive!
Era la muerte »
Jaime
Sabines
Más importante que el nacimiento
es la muerte. Piensa, cuando llegue la hora y este cuerpo perezca ¿estarás en
paz? ¿serás feliz? ¿o seguirás con un fardo de angustias, cargas, miedos,
culpas o dudas a cuestas? Ahora mismo, en este instante sagrado ¿estás en paz?
¿eres feliz y pleno? ¿Estas llevando una vida digna de agradecer frente a la
muerte? De pronto he recordado una frase, un saludo de dos héroes en la
película El rey escorpión, que me
encanta: “Vive libre. Muere bien”. Esta frase es la clave de la existencia, sin
duda. De eso se trata, de vivir libres para morir bien.
En el hinduismo, Yama, el dios de la
muerte, es el portador del secreto de la inmortalidad, que no es otro que
atender al alma. La muerte reina en este mundo, es un constante recordatorio de
lo efímero de la existencia. Nacer ya implica morir. Por lo tanto, con mayor
razón hemos de vivir conscientes de ser, no desperdiciar ni un minuto y cuanto
antes hacernos responsables de nuestra vida, empezar a recrearla según nuestra
naturaleza — humana y divina. Si todos los días coloco una pieza de lo que amo
en mi existencia en el transcurso de uno o dos años empieza a tomar forma la
vida que deseo. Eso requiere constancia y enfoque: concentrarme en lo que amo y
dejar de lado todo aquello que no me gusta, dejar de perder el tiempo y la energía
en nada que no tenga que ver con mis aspiraciones. Nos distraemos muy
fácilmente con miles de cosas y en ello se nos puede costar la vida, literal:
despertarnos un día, mirar atrás y ver que a pesar de hacer de todo, tener
muchas cosas, no somos lo que realmente queremos. Sucede a cada rato. Hay que
estar muy atentos. Todo lo que existe es transitorio, perecedero. Sólo el alma
es inmortal, a ella es a quien hay que agasajar y complacer.
Vive conforme a tu alma, decide por lo que
te inspira y alegra tu corazón, elige lo que amas y así tendrás una buena vida
conforme a lo que eres en esencia. Con una rutina de amor por lo que haces a diario
vivirás feliz y con ganas; vivirás sano. Con salud es más probable que vivas
largos años, ya provechosos porque vas creando una vida desde que te place.
Entonces, cuando llegue la hora de morir no temerás ni estarás aferrado a la
existencia pensando en lo que hiciste o lo que no hiciste, arrepentido,
insatisfecho, o peor aún, peleado con la vida que no ha sido otra cosa que una
oportunidad para que seas. Al contrario, estarás feliz y agradecido por todo lo
vivido, todo estará en orden, y como el mismo orden cósmico dicta que todo lo
que nace muere, tu partirás en paz y satisfecho, e iras de la muerte a la
inmortalidad.
Sí, a la inmortalidad. Porque lo que eres
no ha nacido ni jamás morirá, contrario a lo que existe, que nace y muere y
renace y si no satisface su alma y termina apegado a las cosas del mundo vuelve
a morir. Lo que es –la esencia, la eseidad– es permanente, único e indivisible,
puro, prístino, luminoso, nunca tocado por nada, eternamente vital, ergo
inmortal.
Cuando uno vive conforme a su esencia trasciende
y se eleva, no en términos mundanos sino cósmicos, hacia la eternidad. Se
vuelve uno con el Ser Absoluto. El cuerpo, la mente, el falso yo que llamamos
ego, nada de eso es trascendente, desaparece como apareció en el mundo, en un
instante –un día naciste, un día morirás; un día eres un niño y en un pestañeo
ya eres todo un hombre; un día eres una bebita, un día una profesional, un día
ya eres madre; un día tienes a tus padres junto a ti, y un día llega la triste
hora en que no; un día tienes dinero, otro día no; un día estás feliz en tu
patria y al otro eres un migrante–; la mayoría de las veces no dejas ni rastro
en la faz de la tierra. Trasciendes por causa de tu alma, por lo que eres. No
por lo que tienes o lo que sea en que te hayas convertido.
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